jueves, 14 de junio de 2012

Actitudes criticas y proactivas ante Rio-20

Creo que se imponen tres actitudes que necesitamos desarrollar de cara a la Río+20.

La primera es concientizar a los que toman las decisiones y a toda la humanidad de los peligros a los que están sometidos el sistema-Tierra, el sistema-vida y el sistema-civilización. Las guerras actuales, el miedo al terrorismo y la crisis económico-financiera instalada en el corazón de los países centrales, nos están haciendo olvidar la urgencia de la crisis ecológica generalizada. Los seres humanos y el mundo natural están en una peligrosa ruta de colisión. De nada vale garantizar un desarrollo sostenible y verde si no garantizamos primero la sostenibilidad del planeta vivo y de nuestra civilización. Esta concientización debe hacerse a todos los niveles, de la escuela primaria a la universidad, de la familia a la fábrica, del campo a la ciudad.

La segunda actitud tiene que ver con un desplazamiento y una implicación que hay que realizar. Urge desplazar la discusión desde el desarrollo hacia la sostenibilidad. Si nos quedamos en el desarrollo, nos enredamos en las mallas de su lógica, que es crecer más y más para ofrecer más y más productos de consumo para el enriquecimiento de unos pocos a costa de la superexplotación de la naturaleza y de la marginación de la mayoría de la humanidad. La investigación del Instituto Federal Suizo de Investigación Tecnológica (ETH) reveló en 2011 la tremenda concentración de riqueza y de poder en poquísimas manos: 737 corporaciones controlan el 80% del sistema empresarial mundial, y un núcleo duro de 147 controla el 40% de todas las corporaciones, la mayoría financieras. A este poder económico le siguen el poder político (influye en los rumbos de un país) y el poder ideológico (impone pensamientos y comportamientos). La huella ecológica de la Tierra reveló que ésta sobrepasó en un 30% sus límites físicos. Forzarlos es obligarla a defenderse. Y lo hace con tsunamis, crecidas, sequías, eventos extremos, terremotos y el calentamiento global. Y también con las crisis económico-financieras que se incluyen en el sistema-Tierra viva. El tipo de desarrollo vigente es insostenible. Da igual el adjetivo que le agreguemos: humano, verde, responsable y otros. Llevarlo adelante a cualquier precio como todavía propone el texto de base de la ONU nos aproxima a un abismo sin retorno.

Desplazarse al tema de la sostenibilidad significa crear mecanismos e iniciativas que garanticen la vitalidad de la Tierra, la continuidad de la vida, la atención a las necesidades humanas de las generaciones presentes y futuras, de toda la comunidad de vida, y poder conservar nuestra civilización. Esta manera de comprender la sostenibilidad es más amplia que la del desarrollo simple y duro.

Para alcanzar tal propósito, es necesario una nueva mirada sobre la Tierra, un re-encantamiento del mundo y un nuevo sueño. Esto significa inaugurar un nuevo paradigma. Si antes el paradigma era de conquista y de expansión, ahora, debido a los graves peligros que corremos, deberá ser de cuidado y de responsabilidad global. Necesitamos incorporar la visión de la Carta de la Tierra que propone tales actitudes en el marco de una visión holística del universo y de la Tierra. Ella ve nuestro planeta como un planeta vivo, con una comunidad de vida única. Es fruto de un vasto proceso evolutivo que dura ya 13,7 miles de millones de años. El ser humano se presenta como la expresión avanzada de su complejidad e interiorización. Y tiene la misión de cuidar y de preservar la sostenibilidad de la naturaleza y de sus seres.

Esta visión sólo será efectiva si es algo más que un desplazamiento de visiones. La ciencia no produce sabiduría sino solo informaciones. Es decir, no ofrece una visión global e integradora de la realidad interior y exterior (sabiduría) que motive a la transformación. Por eso debe venir acompañada con la implicación de una emoción fundamental. Es importante hacer una lectura emocional de los datos científicos, porque es la emoción, la pasión, la razón sensible y cordial las que nos moverán a la acción. No basta adquirir conocimiento. Tenemos que concientizarnos, en el sentido de Paulo Freire, llenarnos de indignación y de compasión y poner manos a la obra.

Por lo tanto, junto a la razón intelectual, indispensable, que ha predominado durante siglos, hay que rescatar la razón sensible y emocional, que ha sido puesta al margen. Ella es el nicho de la ética y de los valores. Nos hace sentir el dolor de la Tierra, la pasión de los pobres y el llamamiento de la conciencia a superar estas situaciones con otra forma de producir, de distribuir, de consumir.

La tercera actitud es de trabajo crítico y creativo dentro del sistema. Ya se ha dicho que los viejos dioses (la conquista y dominación) no acaban de morir y los nuevos (cuidado y responsabilidad) no acaban de nacer. Estamos obligados a vivir en el entretiempo: con un pie dentro del viejo sistema, trabajando y ganando la vida en el ámbito de las posibilidades que tenemos, y con otro pie dentro del nuevo que está despuntando por todas partes y que asumimos como nuestro. Hay muchas iniciativas que pueden ser implementadas y que apuntan a lo nuevo.

Fundamentalmente importa recomponer el contrato natural. La Tierra es nuestra Gran Madre, como lo aprobó la ONU el 22 de abril de 2009. Ella nos da todo lo que necesitamos para vivir. La contrapartida por nuestra parte sería el agradecimiento en forma de cuidado, veneración y respeto. Hoy necesitamos reaprender a respetar todo lo de la Tierra, los ecosistemas y a cada ser de la naturaleza, pues poseen valor intrínseco independientemente del uso que hagamos de ellos, como enfatiza la Carta de la Tierra. Esta actitud es casi inexistente en las prácticas productivas y en los comportamientos humanos. Pero podemos resucitar ese sentido de amor, de autolimitación de nuestra voracidad y de respeto a todo lo que existe y vive. Él disminuiría la agresión a la naturaleza y haría nuestras actitudes más ecoamigables.

Defender la dignidad y los derechos de la Tierra, los derechos de la naturaleza, de los animales, de la flora y de la fauna, pues todos formamos la gran comunidad terrenal.

Apoyar el movimiento internacional por un pacto social mundial en torno a lo que puede unirnos a todos pues todos dependemos de él: el agua, como un bien natural común, vital e insustituible. Crear una cultura del agua, no desperdiciarla (sólo el 0,7% de ella es accesible al uso humano) y hacerla un derecho inalienable de todos los seres humanos y de la comunidad de vida.

Reforzar la agroecología, la agricultura familiar, la permacultura, las ecoaldeas, la micro y la pequeña empresa de alimentos libres de pesticidas y de transgénicos.

Buscar de forma creciente energías alternativas a las fósiles, como la hidroeléctrica, la eólica, la solar, la de biomasa y otras.

Insistir en el reconocimiento de los bienes comunes de la Tierra y de la humanidad. Entre ellos se cuentan el aire, el agua, los ríos, los océanos, los lagos, los acuíferos, la biodiversidad, las semillas, los parques naturales, las distintas lenguas, los paisajes, la memoria, el conocimiento, las informaciones genéticas y otros.

Lo más importante de todo, sin embargo, es formar una coalición de fuerzas con el mayor número posible de grupos, movimientos, iglesias e instituciones en torno a principios y valores colectivamente compartidos, como los expresados en la Carta de la Tierra, en las Metas del Milenio, en la Declaración de los Derechos de la Madre Tierra y en el ideal del Vivir Bien de las culturas originarias de las Américas.

Por último, tenemos que ser conscientes de que el tiempo de la abundancia material, hecha a costa de no respetar los límites del planeta, de la falta de solidaridad y de piedad para con las víctimas de un tipo de desarrollo predatorio, individual y hostil a la vida, ha terminado. El crecimiento económico no puede ser un fin en sí mismo. Está al servicio del pleno desarrollo del ser humano, de sus potencialidades intelectuales, morales y espirituales. La economía verde inclusiva, la propuesta brasilera para la Río+20, no cambia la naturaleza del desarrollo vigente porque no cuestiona la relación con la naturaleza, el modo de producción, el nivel de consumo de los ciudadanos ni las grandes desigualdades sociales. Un crecimiento ilimitado no lo puede soportar un planeta limitado. Tenemos que cambiar de ruta, de mente y de corazón. En caso contrario, el destino de los dinosaurios podría ser también nuestro destino.

Finalmente, mi sentimiento del mundo me dice que no estamos ante una tragedia anunciada, sino ante una crisis de civilización generalizada. Contiene muchos peligros, pero si queremos, serán evitables. Puede significar el dolor de parto de un paradigma nuevo y el sacrificio que hay que pagar para dar un salto cualitativo hacia una civilización más reverente con la Tierra, más respetuosa de la vida, más amiga de los seres humanos y más hermanada con todos los demás seres de la naturaleza.

0 comentarios:

Publicar un comentario